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La salud mental como fundamento de la vida

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Cada 10 de octubre, al conmemorar el Día Mundial de la Salud Mental, se nos presenta una oportunidad para dirigir la mirada hacia lo que somos en nuestra esencia más profunda. Esta es una reflexión tan individual como colectiva. La salud mental, lejos de ser un tema de nicho o un diagnóstico ocasional, es un componente inseparable de nuestro día a día.

La salud mental ha recorrido un complejo camino, desde el encierro en manicomios y el “tratamiento moral” promovido por Philippe Pinel en el siglo XVIII, hasta el nacimiento de la psicología experimental con el laboratorio de Wilhelm Wundt en 1879. El psicoanálisis, impulsado por Sigmund Freud a principios del siglo XX, inició un cambio histórico, al buscar la cura de síntomas como la histeria, y fue evolucionando radicalmente, primero por pensadores como Melanie Klein y Donald Winnicott –entre otros– y luego por el auge de las terapias cognitivo-conductuales y la psiquiatría farmacológica, a mediados de siglo.

Hoy, al hablar de salud mental, buscamos el crecimiento mental, la capacidad de pensar las emociones, la construcción de vínculos más sanos y, ante todo, el profundo autoconocimiento que nos permite enfrentar el dolor y el sufrimiento inherentes a la vida.

Hemos pasado de la dicotomía simplista de “sano o enfermo” a la complejidad de entender cómo funcionamos, una valiosa herramienta para comprender nuestras emociones más complejas y contradictorias.

Es imperativo asumir que la salud mental es universal, porque abarca absolutamente toda la experiencia humana. No hablamos solo de crisis o patologías severas, sino de la vigilia y los sueños, de la consciencia y el inconsciente, del tic-tac de nuestro existir. Se manifiesta en la concentración que nos exige la rutina y en la abrumadora necesidad de hacer muchas cosas a la vez; en cómo gestionamos la ansiedad que nos aprieta el pecho, la tristeza que nos inunda o los devastadores efectos de la depresión.

Toca cada rincón de nuestra identidad, la autoestima que construimos, la imagen –muchas veces distorsionada– que vemos en el espejo, el manejo de los conflictos internos y externos, nuestra tolerancia a la frustración, el valor que damos a los logros y cómo nos enfrentamos a los fracasos.

Se extiende a las relaciones interpersonales, al significado que le damos al dinero, a cómo vivimos el amor y la sexualidad, los impulsos agresivos, la envidia, el enojo, la manera en que procesamos los duelos o lidiamos con los diferentes traumas. En definitiva, el ser humano está sumergido en su salud mental a cada segundo.

Y aquí radica la parte más íntima y fundamental de esta conmemoración: la necesidad de dejar el estigma interno y externo. No podemos seguir relegando este pilar esencial al silencio por miedo al juicio. Nos hemos acostumbrado a anegar el dolor, buscando ayuda solo como último recurso, reforzado por estigmas que acusan de “locos” o “débiles” y quedamos muchas veces inmersos en la culpa y la vergüenza. Darle a la salud mental su lugar no es un acto de debilidad, sino la mayor muestra de autenticidad, fortaleza y compromiso con la vida plena.

Para darle espacio y poder trabajarla, necesitamos legitimarla a nivel de salud pública, en las escuelas, en el trabajo y en el hogar. Esta es la llamada a la atención pública y sanitaria: que exista una conciencia nacional para difundir y educar sobre las diferentes opciones de tratamiento, y que aumente la oferta pública y se mejore y agrande la ya existente, para así garantizar el acceso.

Pero la transformación más profunda comienza en uno mismo. Esta es la responsabilidad individual: debemos dejar de proyectar hacia fuera todo lo malo, lo feo, lo molesto, culpando eternamente al otro o al entorno.

Es hora de volverse a ver con un espejito, de asumirnos emocionalmente y de reconocer nuestra responsabilidad en nuestro propio proceso de salud mental. Cuando cada uno de nosotros se asume en su complejidad emocional, y al mismo tiempo es capaz de legitimar la salud mental del otro sin juzgar su proceso, se produce un inmenso beneficio personal que inevitablemente irradia y nutre un beneficio social.

La salud mental es un derecho que nos debe ser garantizado por el sistema, y al mismo tiempo, un trabajo constante que nos debemos a nosotros mismos.

 
 
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