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Duelo


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Pensamientos sobre el duelo y la melancolía


Durante muchos años, en el consultorio, he acompañado a pacientes atravesando diferentes tipos de pérdidas. He presenciado duelos diversos: desde la ruptura de una relación amorosa hasta la pérdida de objetos con valor simbólico, incendios que arrasaron hogares, enfermedades que transformaron cuerpos, despidos que sacudieron identidades, despedidas que dejaron silencios, muertes de seres queridos humanos o animales, incluso abortos espontáneos o voluntarios.

Cada pérdida con su dolor único, cada persona con su manera particular de habitar el duelo.


Y aunque a lo largo de mi vida también he vivido pérdidas, nunca antes había experimentado un proceso tan devastador como el fallecimiento de mi padre, hace algunos meses. Nada me había preparado para esa herida. Ningún marco teórico, ninguna experiencia profesional previa.


El duelo es una experiencia íntima, profundamente subjetiva, solitaria, dinámica y, por momentos, caótica. No hay una única forma de transitarlo. Existen modelos que nos hablan de etapas —negación, ira, tristeza, aceptación—, pero la realidad interna muchas veces no sigue ese orden. A veces las etapas se entrelazan, otras se repiten, y en ocasiones, simplemente, no llegan.


Este proceso me llevó a releer un texto que siempre he valorado profundamente: Duelo y melancolía, de Freud. En él, Freud distingue con claridad dos formas de respuesta ante la pérdida. El duelo, según él, es un proceso doloroso pero necesario: una tarea psíquica que implica despedirse de alguien o algo profundamente significativo —una persona, una etapa, una vocación, una creencia, incluso una identidad. Es un trabajo de desidentificación, de reacomodamiento emocional, que nos obliga a redefinir nuestro mundo interno. Es incómodo, sí, pero también transformador. Nos permite integrar lo perdido y seguir viviendo. Nos hace crecer.


La melancolía, en cambio, es una forma de duelo detenido. No solo se llora al objeto perdido, sino que se instala una herida en la propia autoestima. El yo se vuelve contra sí mismo: se culpa, se devalúa, se castiga. El objeto amado es internalizado de forma ambigua: amado y odiado a la vez, idealizado y despreciado sin tregua. El resultado es una tristeza circular, corrosiva, que no permite avanzar. Y aunque esta melancolía puede aparecer de forma inevitable, es esencial reconocerla y trabajarla para poder transformarla en un proceso de duelo activo.


Wilfred Bion nos enseñó que solo si podemos permanecer un tiempo en el “no saber”, en la incertidumbre y el vacío que deja la pérdida, puede emerger algo nuevo. Pensar, elaborar, es posible solo cuando no huimos del dolor. Pero el melancólico, muchas veces, no puede esperar. Intenta llenar el vacío de inmediato, cerrarse en certezas, actuar en vez de sentir. Y eso paraliza el proceso.


Christopher Bollas, por su parte, introduce el concepto del “objeto transformacional”: aquello o aquel que, al haber sido amado profundamente, deja una huella interna que nos modifica. El duelo verdadero no solo implica despedirse, sino también permitir que algo de lo perdido nos transforme. Pero si evitamos el duelo, si lo tapamos con nuevas relaciones, nuevas identidades o gratificaciones rápidas, perdemos esa oportunidad de transformación. Nos quedamos atrapados en un “falso self”: funcional, pero vacío.


Como bien decía Bion, lo importante no es tanto “entender”, sino aprender a soportar. Soportar el no saber. Soportar el tiempo que lleva elaborar una pérdida. Soportar el desorden interno sin apresurarse a ponerle nombre o sentido. Solo así el duelo puede cumplir su función: desestructurarnos para luego reconfigurarnos. Solo así podemos salir de la melancolía no escapando hacia adelante, sino habitando el tiempo psíquico necesario para volver a estar vivos por dentro.


La muerte es parte de la vida, pero siempre nos descoloca, nos transforma, nos confronta con lo incierto, con nuestra fragilidad y con lo poco que podemos controlar. Aun así, si somos capaces de transitar el duelo y de integrarlo con honestidad en nuestras vidas, puede revelarse como una oportunidad: una puerta hacia la vitalidad, la creatividad y la pasión. Un camino doloroso, pero profundamente humano.

 

 

 
 
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